Hombre recio y enjuto, conocedor de suelos, veredas y caminos que existían entre los distintos pueblos del Valle de Losa y Montija. Dormía bajo el manto de las estrellas y con la luz de la luna, tanto en verano como en invierno. Tostado por el sol y el viento dedicó su vida al arreglo de "cacharros". Cuando se agujereaba una cazuela, en aquella época de escasez de todo, se le esperaba a él , como popularmente se dice como “agua de mayo”. Llegaba cada seis u ocho semanas al pueblo y con su buen hacer, cogía su materia prima la hojalata, la daba un baño de estaño por ambas partes soldándola a dicho puchero, sartén u otro utensilio que necesitase reparación. Allí aparecía en el potro, con su burro y perro, las alforjas rellenas prácticamente de harapos, pero de buena utilidad para él, como eran las dos mantas que le guarecerían de la fría noche de invierno, con la gran nevada a su alrededor. Junto a él, el fuego en una de las dos esquinas de nuestro potro. Era un hombre amable y educado pero quizá por su apariencia todos los niños y niñas del pueblo le teñían miedo, no les gustaba pasar al anochecer cerca del lugar donde él estaba.
martes, 15 de julio de 2008
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